prometo, por la orden de caballero que recebí, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.
El ventero le respondió con el mesmo sosiego:
-Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen. Sólo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada1 de sus dos bestias, como de la cena y camas.
-Luego, ¿venta es ésta? -replicó don Quijote.
-Y muy honrada -respondió el ventero.
-Engañado he vivido hasta aquí -respondió don Quijote-, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero, pues es ansí que no es castillo sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.
-Poco tengo yo que ver en eso -respondió el ventero-; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta 2 con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
-Vos sois un sandio y mal hostalero -respondió don Quijote.
Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detu