ni me viene del cielo esta rüina.
Presto habré de morir, que es lo más cierto;
que al mal de quien la causa no se sabe
milagro es acertar la medicina.
-Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo.
-¿Qué hilo está aquí? -dijo don Quijote.
-Paréceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo.
-No dije sino Fili1 -respondió don Quijote-, y éste, sin duda, es el nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a fe que debe de ser razonable poeta, o yo sé poco del arte.
-Luego, ¿también -dijo Sancho- se le entiende2 a vuestra merced de trovas3? -Y más de lo que tú piensas -respondió don Quijote-, y veráslo cuando lleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi señora Dulcinea del Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; que estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir4, son anexas a los enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen más de espíritu que de primor5.
-Lea más vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallará algo que nos satisfaga.
Volvió la hoja don Quijote y dijo:
-Esto es prosa, y parece carta.
-¿Carta misiva, señor? -preguntó Sancho.
-En el principio no parece sino de amores -respondió don Quijote. -Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho destas cosas de amores.
-Que me place6 -dijo don Quijote.
Y, le