salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un hideputa1 y mal nacido; y esto le haré conocer con mi espada, donde más largamente se contiene.
Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión2; porque la bacía de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado del arzón delantero, hasta adobarla3 del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.
Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el menguado humor de don Quijote y que todos hacían burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y, viéndole tan enojado, le dijo: -Señor caballero, miémbresele4 a la vuestra merced el don que me tiene prometido, y que, conforme a él, no puede entremeterse en otra aventura, por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido librados los galeotes, él se diera5 tres puntos en la boca, y aun se mordiera6 tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara.
-Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote. -Yo callaré, señora mía -dijo don Quijote-, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se había levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero, en pago deste buen deseo, os suplico me digáis, si no se os hace de mal, cuál es la vuestra cuita7 y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza.
-Eso haré yo de gana -respondió Dorotea-, si es que no os enfadan oír lástimas y