si tal libro hubiera mandado quemar; porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio.
Capítulo VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha
Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:
-Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo.
Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros que quedaban; y así, se cree que fueron al fuego1, sin ser vistos ni oídos, La Carolea y León de España, con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila, que, sin duda, debían de estar entre los que quedaban; y quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia.
Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes2, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse con él, y por fuerza3 le volvieron al lecho; y, después que hubo sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo:
-Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares4 dejar, tan sin más ni más5, llevar la vitoria deste torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez6 en los tres días antecedentes.