Quijote, que ya Sancho había dado al través1 con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquélla era una de las aventuras de sus libros. Figurósele que la litera2 eran andas donde debía de ir algún mal ferido3 o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada; y, sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo: -Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta4 de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.
-Vamos de priesa -respondió uno de los encamisados- y está la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta5 como pedís.
Y, picando la mula, pasó adelante. Sintióse desta respuesta grandemente don Quijote, y, trabando del freno, dijo:
-Deteneos y sed más bien criado, y dadme cuenta6 de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla7.
Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que, alzándose en los pies, dio con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó a denostar8 a don Quijote, el cual, ya encolerizado,