tes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algún Lendirago1, o con algún fiero vestiglo2, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de muerte, y cuando no os me cato3, asoma por acullá4, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche5 se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por industria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas6, sin que tú lo sintieses.
-Así sería -dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue7 en los oídos.
-Y ¡cómo si llevaba azogue! -dijo don Quijote-, y aun una legión de demonios, que es gente que camina y hace caminar8, sin cansarse, todo aquello que se les antoja9. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a ti que debo yo de hacer ahora cerca de lo que mi señora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, véome también imposibilitado del don que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y fuérzame la ley de caballería a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi señora; por otra, me incita y lla