a mí habilidad para gobernarle; y, cuando me faltare, yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa;
y así haré yo, y no repararé en tanto más cuanto1, sino que luego2 me desistiré de todo, y me gozaré mi renta como un duque, y allá se lo hayan3.
-Eso, hermano Sancho -dijo el canónigo-, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero, al administrar justicia, ha de atender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar; que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines; y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto.
-No sé esas filosofías -respondió Sancho Panza-; mas sólo sé que tan presto4 tuviese yo el condado como sabría regirle5; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y, siéndolo, haría lo que quisiese; y, haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y, haciendo mi gusto, estaría contento; y, en estando uno contento, no tiene más que desear6; y, no teniendo más que desear, acabóse7; y el estado venga8, y a Dios y veámonos9, como dijo un ciego a otro.
-No son malas filosofías ésas, como tú dices, Sancho; pero, con todo eso10, hay mucho que decir sobre esta materia de condados.
A lo cual replicó don Quijote:
-Yo no sé que haya más que decir11; sólo me