vuestra merced!
Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes1, los más desaforados2 y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.
-¡Ta, ta!3 -dijo el cura-. ¿Jayanes hay en la danza4? Para mi santiguada5, que yo los queme mañana antes que llegue la noche.
Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con los disparates que al hallarle y al traerle había dicho; que fue poner más deseo en el licenciado de hacer lo que otro día6 hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino7 a casa de don Quijote,
Capítulo VI. Del donoso y grande8 escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso9 hidalgo
el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento10 donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy