mos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera. -¿Por eso no más? -replicó don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.
-No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar1 de tormento2; concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precios3 de gurapas4, y acabóse la obra.
-¿Qué son gurapas? -preguntó don Quijote.
-Gurapas son galeras -respondió el galeote.
El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta5. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y malencónico; mas respondió por él el primero, y dijo:
-Éste, señor, va por canario6; digo, por músico y cantor.
-Pues, ¿cómo -repitió don Quijote-, por músicos y cantores van también a galeras?
-Sí, señor -respondió el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.
-Antes, he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males espanta.
-Acá es al revés -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la vida.
-No lo entiendo -di