jote-, sino a un cojín y a una maletilla que no lejos deste lugar hallamos.
-También la hallé yo -respondió el cabrero-, mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algún desmán1 y de que no me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sotil2, y debajo de los pies se levanta allombre3 cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no.
-Eso mesmo es lo que yo digo -respondió Sancho-: que también la hallé yo, y no quise llegar a ella con un tiro de piedra; allí la dejé y allí se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro.
-Decidme, buen hombre -dijo don Quijote-, ¿sabéis vos quién sea el dueño destas prendas?
-Lo que sabré yo decir -dijo el cabrero- es que «habrá4 al pie de seis meses, poco más a menos, que llegó a una majada5 de pastores, que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojín y maleta que decís que hallastes y no tocastes. Preguntónos que cuál parte desta sierra era la más áspera y escondida; dijímosle que era esta donde ahora estamos; y es ansí la verdad, porque si entráis media legua más adentro, quizá no acertaréis a salir; y estoy maravillado de cómo habéis podido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que a este lugar encamine. Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos a todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le víamos caminar y volverse hacia la sierra; y desde entonces nunca más le vimos, hasta que desde