dácame esas pajas1! Par Dios2 que los he de volar3, chico con grande4, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. ¡Llegaos, que me mamo el dedo5!
Con esto, andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre de caminar a pie.
Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían qué hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginó luego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijeras que traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo6 negro, y él se quedó en calzas y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara. Hecho esto, puesto ya que los otros habían pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real7 antes que ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedían que anduviesen tanto los de a caballo8 como los de a pie9. En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio10, dando Señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza11 estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces: -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote12 don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes. Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna