queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.
-No, señor compadre -replicó el barbero-; que éste que aquí tengo es el afamado Don Belianís.
-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo1 para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno2.
-Que me place3 -respondió el barbero.
Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda4, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela5, por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho6 de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana7 de ver de quién8 era, y vio que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.
-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté9 Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre10; que hago cuenta11 que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán12, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán13, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante14 hizo con el alano15, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada16, y la señora Emperatriz, ena